viernes, 21 de mayo de 2010

Amor se escribe sin hache*


Después de una intensa sesión de vaporoso, kamasútrico, acalambrante, machacante, mind-blowing goce sexual, los dos estaban tirados ahí, en la cama, cada quien por su lado pensando en cualquier cosa menos en el otro.

De pronto ella escurrió sus piernas hasta subirse sobre él y empezó a hacerle masaje en los hombros... Lo miró fijamente, con ojos brillantes y una sonrisa enorme... luminosa... inusual...

—Mi amor, tengo algo que decirte.

—Si?

—Amor de mi vida... yo te hamo...

Le pareció que no había escuchado correctamente... Qué?

—Qué?

—Te hamo...

Un dejo de extrañeza cruzó su frente. No sabía si era la dulce incomodidad de tenerla encima o un je ne sais quoi ortográfico... o el hastío... o un espectacular tedio... o tal vez simplemente era la simpática contrariedad de sentir clavadas las uñas de ella en sus hombros y notar que estaba sangrando...

Le agarró las muñecas y la apartó de sí mientras se incorporaba un poco. Pero no la soltó. Más bien, apretó con fuerza... con demasiada fuerza. Las manos de ella se estaban poniendo moradas...

Esto tenía que ser hamor. Hamor de verdad

—Yo también te hamo... y sabes qué? —dijo con una sonrisa que le llegaba a las orejas...

—Que?

—Este hamor me trastorna... Me está volviendo loco de felicidad...

No podía haber más verdad en sus palabras.

—Mi hamor!!! —dijo ella y lo empujó con gran ímpetu hacía atrás causando que se diera un cocazo terrible en la cabecera de la cama. Esta se quebró con un estrépito que resonó en toda la habitación.

Él se arqueó con gran violencia, creando un trampolín corpóreo que la lanzó contra el closet. Las puertas se descolgaron con el golpe y pantalones y camisas, blusas y calcetines cayeron sobre ella...

—No hay nada en este mundo que yo quiera más que estar contigo!! —rugió él mientras buscaba sus pantuflas y se abotonaba la pashama... Levantó la vista sólo para que ella le cruzara la cara con una varilla del closet.

—Y no hay nada mejor que ver tu rostro todos los días...

Se la volvió a cruzar pero en dirección contraria.

—Me hace tan feliz...

(Otro golpe...)

... feliz...

(Otro más...)

FELIZ...

El cayó a un lado de la cama y buscó a tientas. Encontró una corbata y se lanzó sobre ella en el momento justo en que escapaba hacía la puerta.

—Si tu supieras... que cuando no estás... siento que me falta el aire... —dijo él mientras apretaba la corbata alrededor del cuello de ella —No encuentro las palabras exactas... sabes de lo que te hablo?

El rostro de ella se puso rojo. Se puso morado. Tenía los ojos muy abiertos e inyectados de sangre, el pelo revuelto y sólo podía emitir ruidos ahogados...

—Cómo te quiero...

Le iba a dar un beso cuando de pronto ella como pudo agarró una lámpara de noche y se la estrelló en la cabeza. El la soltó inmediatamente y ella tomó una desesperada bocanada de aire... sólo para darle un indescriptible puntapié a su hombre. Éste rodó estrepitosamente por todas y cada una de las gradas dejando una primorosa estela de sangre...

Ella lo contempló desde el barandal. Él estaba en una posición muy curiosa, de cabeza junto al mueble de las copas. Abrió los ojos pesadamente y sus miradas se encontraron...

Se sonrieron.

El quiso jalar la alfombra de las gradas para que ella llegara hasta él, quiso buscar algo para lanzarle, quiso ponerse derecho...

Pero no pudo.

Se tocó el cráneo y lo sintió blando, como si estuviera hecho de miles de pedacitos de hueso... pelo ensangrentado... más sangre... y cerebro...

Llegó a rastras al centro de la sala y quedó ahí, boca arriba, sonriendo...

Y todo se empezó a poner oscuro mientras él experimentaba la hermosa dicha de saberse hamado...




*Gracias, Jardiel.