Sabías que incluso Superman tiene recuerdos que le tocan el alma? No son grandes batallas ni hazañas heroicas… es una pequeña gata llamada Fuzzball quien le enseñó una de las lecciones más importantes de su vida.
Clark Kent era apenas un niño cuando la encontró. Era una noche tranquila en la granja, con la luna llena iluminando los campos. Pero Clark no podía descansar. Aunque sus poderes lo hacían especial, también significaban que siempre escuchaba más, veía más, sentía más. El mundo nunca se detenía, y eso era un peso que llevaba en silencio.
Esa noche, entre los sonidos del campo, oyó un chillido desesperado. Corrió hacia el bosque y la vio: una diminuta gata blanca, herida, apenas un cachorro, enfrentándose sin miedo a unos coyotes que ya habían matado a su madre y a sus hermanos.
Clark no lo pensó dos veces. Usó su velocidad para ahuyentar a los coyotes y recogió a la pequeña gata. La llevó a casa, la curó y, desde ese momento, se volvieron inseparables.
Fuzzball no era una gata común. A pesar de todo lo que había pasado, era valiente, curiosa y, sobre todo, leal. Siempre encontraba un lugar desde donde pudiera verlo, y Clark hacía lo mismo: se aseguraba de que ella siempre estuviera a la vista. Cuando estudiaba, ella estaba en su escritorio. Cuando dormía, ella descansaba en su cama, justo donde podía mirarlo. Era como si ambos se dijeran: "Mientras te vea, estoy bien."
En las noches de verano, se sentaban juntos en el porche de la granja. Miraban la luna en silencio. Para Clark, esos eran los únicos momentos en los que su mente podía descansar. La luna, la calma y la compañía de Fuzzball le recordaban que no siempre tenía que cargar con todo. Para Fuzzball, esos eran los momentos en los que sabía que Clark estaba con ella, protegiéndola.
Pasaron los años, y Clark pensó que Fuzzball estaría con él para siempre. Pero un día, ella se debilitó. La veía cada vez más cansada, pero aún así, se esforzaba por estar cerca de él. En su última noche, Fuzzball se subió a su cama, como siempre lo hacía, y lo miró con esos ojos llenos de amor y confianza. Clark supo que ella estaba diciendo adiós, y aunque intentó ser fuerte, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Cuando ella dejó de respirar, Clark la sostuvo en sus brazos, sintiéndose más vulnerable que nunca. Superman, el hombre más fuerte del mundo, se quebró. Lloró como un niño porque, por primera vez, experimentó una pérdida que ni todos sus poderes podían evitar.
Fuzzball no era solo su gata. Era su compañera, su refugio, su conexión con todo lo que amaba de su vida en la Tierra. No podía dejarla en cualquier lugar. Fuzzball merecía algo especial. Así que voló con ella hasta la luna, ese lugar que tanto significaba para los dos. La enterró bajo su luz plateada, en un lugar donde pudiera estar feliz y tranquila.
Y desde entonces, cada noche que Superman mira la luna, sabe que Fuzzball también lo está mirando. Aunque ya no esté con él, siguen conectados. Porque, como Fuzzball le enseñó, el amor no se pierde, solo cambia de forma.
Ella fue la primera vida que Superman amó… y la primera que perdió. Pero al mirar la luna, él no ve tristeza. Ve a su amiga, su compañera, esa pequeña gata que le mostró lo que significa cuidar, amar y recordar.
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