Para aquel que ve una espada desenvainada sobre su impía cabeza
los festines de Sicilia con su refinamiento
no tendrán dulce sabor
y el canto de los pájaros
y los acordes de la cítara
no le devolverán el sueño
el dulce sueño que no desdeña las humildes viviendas de los campesinos
ni una umbrosa ribera
ni las enramadas de Tempe acariciadas por los céfiros
—Horacio, Odas III, 1
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