domingo, 1 de diciembre de 2024

Barbazul Gótico

En un paraje desolado, donde la niebla parecía respirar por entre los troncos muertos del bosque, se alzaba un castillo solitario. Su dueño era un hombre cuya reputación era un murmullo oscuro en los rincones de las aldeas. A este hombre le llamaban Barbazul, por el extraño color que teñía su espesa barba, un color que parecía absorber la luz y devolver sombras. Decían que su riqueza era infinita, pero también lo era su crueldad. Una joven, hermosa como un suspiro, fue seducida por sus promesas de vida lujosa. Él la cortejó con regalos, palabras como seda envenenada, y un brillo inquietante en sus ojos. Nadie entendía por qué accedió a casarse con él; quizá fue la promesa de escapar de su modesta vida, o tal vez el castillo tenía una voz propia que la llamaba.

La Puerta Prohibida 

En su primera noche en el castillo, Barbazul le entregó un llavero con el cual podía acceder a todas las habitaciones, menos a una. "Bajo ninguna circunstancia entrarás allí," le advirtió, con una sonrisa que parecía cortada en carne viva. Pero a medida que pasaban los días, esa puerta prohibida comenzó a susurrarle en sueños, su marco parecía latir con vida propia cada vez que pasaba cerca

Una noche, mientras Barbazul estaba de viaje, la curiosidad la venció. Con manos temblorosas y una vela a punto de extinguirse, giró la llave en la cerradura. Lo que encontró al abrir la puerta fue una tumba de horrores: las paredes estaban tapizadas de piel, rostros de mujeres cuyos ojos, ciegos y muertos, parecían seguirla. Las cabezas decapitadas de las esposas anteriores colgaban como macabras lámparas, y un charco espeso de sangre negra cubría el suelo, reflejando su pálido rostro.

El Regreso de Barbazul 

Aturdida, dejó caer la llave, que quedó manchada con la sangre del suelo, una mancha que, por más que frotó, no se desvaneció. Esa misma noche, Barbazul regresó, y al ver la llave manchada, su rostro se deformó en una máscara de ira y placer. "Te dije que no entraras," gruñó, mientras las paredes parecían gemir y las velas chisporroteaban como si compartieran su furia. Desesperada, la joven intentó huir, pero el castillo parecía cambiar forma, los pasillos se alargaban interminablemente, las puertas se cerraban antes de que pudiera alcanzarlas. Barbazul la persiguió con un hacha oxidada que resonaba como campanadas de muerte en los pasillos.

Un Final Sin Rescate 

Cuando finalmente la alcanzó, no hubo gritos. La joven sabía que el castillo no dejaría que nadie viniera a salvarla. Cuando el hacha cayó, el silencio llenó el aire. Su cuerpo fue llevado a la habitación prohibida, donde Barbazul la colocó con una ternura espantosa entre sus otras esposas, su rostro ahora una nueva máscara en la pared. Sin embargo, algo cambió esa noche. La sangre en el suelo comenzó a moverse, y los ojos de las cabezas colgantes parecían abrirse un poco más. A medida que Barbazul se retiraba a su aposento, una sonrisa se dibujó en los rostros muertos. Esa noche, los habitantes del castillo -los verdaderos- comenzaron a susurrar.

Barbazul no durmió bien. La oscuridad en su habitación parecía más densa, y el eco de un hacha al caer resonaba en su mente. Cuando se levantó al amanecer, no encontró la llave, sino un charco de sangre fresca bajo su cama

El Epílogo: El Verdadero Amo del Castillo 

El castillo nunca dejó ir a Barbazul. No porque lo amara, sino porque necesitaba alimentarse de sus maldades. Él se convirtió en una más de las sombras sus pasillos, condenado a vagar y ser devorado por los espíritus de sus víctimas. Las nuevas esposas llegaron, como siempre, pero esta vez no encontraron un monstruo humano, sino una prisión que les susurraba eternamente. Nadie rescató a nadie. 

El castillo nunca deja ir a nadie

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