Pero su mirada se desvía a un objeto más mundano y terrenal. Ahí está, estacionado cerca del Palatino, su Mazda Protege 97. Noble, fiel... y costoso. El starter reparado, otro golpe a las arcas del emperador. En su mano, sostiene un objeto fuera de su tiempo: su teléfono. La app de finanzas aguarda, como un centurión esperando órdenes.
Respira hondo. Reflexiona. Y antes de deslizar el dedo por la pantalla para registrar el maldito gasto, murmura para sí mismo:
"Si no está en mi control evitar el deterioro de las cosas, está en mi control aceptar su costo sin sufrimiento. Todo lo que posee un principio tiene un final. Un auto, un starter, incluso este imperio. ¿Me afligiré por un puñado de monedas, cuando el destino me ha arrebatado cosas mayores? No. Haré lo que debo hacer y seguiré adelante. Registraré este gasto, y no permitiré que mi mente se perturbe por ello. Pues las monedas son solo monedas, y mi espíritu sigue siendo mío."
Con determinación estoica, pulsa el botón de confirmación. El gasto está registrado. Su alma, intacta.
Fuera, en las calles de Roma, el pueblo sigue su vida. No importa cuánto oro haya en el tesoro imperial, las ruedas de la historia seguirán girando, implacables como el destino.
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