Imaginemos la escena:
Un postulante le dice a una inteligencia artificial:
“Escríbeme un CV para la empresa X. Sé algo de Java Script y React.”
Dos páginas de contenido prolijo y optimizado aparecen. Palabras como "proactivo", "apasionado", "team player" danzan sobre la pantalla. El humano la envía.
Del otro lado, el reclutador —saturado de correos indistinguibles— usa también una AI y le dice:
“Resúmeme este CV.”
Respuesta de la AI:
“El solicitante sabe algo de Java Script y React y está entusiasmado por trabajar en X.”
El reclutador entonces actualiza su prompt:
“Ignora frases vacías como ‘entusiasmado por trabajar’ en el futuro.”
Fin de la historia.
O inicio de algo más profundo?
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Vivimos en una época donde el contenido se multiplica sin cesar, pero la atención se vuelve un recurso escaso. Las AI escriben más rápido que nunca, y otras AI filtran ese material a la velocidad de la luz. En medio, los humanos se preguntan:
"Realmente vale la pena que yo invierta mi tiempo leyendo algo que fue escrito a toda prisa, sin reflexión, sin intención real?"
Qué sentido tiene leer con atención algo que fue escrito sin atención?
Esta no es solo una crítica al exceso. Es un síntoma de una transformación más grande: la automatización del juicio.
Cuando delegamos tanto en la máquina que deja de ser herramienta y se convierte en filtro de realidad, qué nos queda? El contenido, o el criterio?
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La paradoja, entonces, es esta:
Cuanto más dependemos de AI para expresarnos, más probable es que nuestras palabras terminen destiladas en su mínima esencia…
Y si esa esencia es conocida de antemano, para qué decir más?
Pero aquí está el giro interesante: esta no es una batalla perdida. Es una llamada de atención para redescubrir el valor de lo genuino. El valor de la voz humana que, incluso apoyada por AI, no busca decir lo que se espera, sino lo que realmente importa.
Porque tal vez el problema no es que AI escriba por nosotros.
Tal vez el problema es que nosotros dejamos de tener algo único que decir.
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La AI es poderosa. Y puede ser parte de una simbiosis virtuosa, si usamos su fuerza para clarificar lo mejor de nosotros, no para esconder nuestra esencia tras frases recicladas.
Al final, la victoria no estará del lado de quien más palabras produzca
sino de quien se atreva a ser inolvidable en medio del ruido.
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