Hace poco, un conductor fue multado con Q.800 por un delito ridículamente menor: robar un cono de señalización. Lo jaló desde la ventanilla del auto, como quien toma algo que no le pertenece pero tampoco parece pertenecerle a nadie en particular. Fue grabado, expuesto, denunciado. Justicia express. Caso cerrado.
Pero el cono no estaba en cualquier lugar. Estaba en una obra pública detenida —una de tantas— donde lo evidente es el abandono, el sobrecosto, la corrupción. El tipo se llevó un cono; los otros se han llevado millones.
Quién es el verdadero ladrón?
Y aún así, es el conductor quien recibe la condena social. En los comentarios lo tildan de ratero, de miserable, de símbolo del incivismo. Nadie dice nada sobre los pasos a desnivel inconclusos, sobre las constructoras fantasmas, sobre los funcionarios que ya están planeando su próxima estafa con la misma impunidad de siempre.
Esto no es una defensa del robo menor. Pero sí es una denuncia del doble estándar. Nos enseñan a indignarnos por lo pequeño, a apuntar con rabia a quien transgrede desde abajo. Nos distraen con el chivo expiatorio para que no miremos hacia arriba, donde el verdadero saqueo continúa, elegante y bien vestido.
La moral selectiva no nace sola. Se cultiva. Se siembra en cada nota amarilla, en cada titular inflamado, en cada castigo simbólico que simula justicia sin tocar los cimientos del problema.
Yo también, en mi adolescencia, robé una señal de tránsito. No para venderla, no por vandalismo puro, sino como acto simbólico de rebeldía. No está bien, lo sé. Pero fue un grito, no un crimen. Un gesto de desobediencia en un mundo que me parecía —y aún me parece— profundamente torcido.
Así que no, el problema no es el cono. El problema es el sistema que hace de un cono robado un escándalo... para que no hablemos del robo institucionalizado que todos vemos pero que a nadie parece interesarle castigar.
Fuck the system... know what I mean?
*